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He venido a traer libertad a los cautivos: ¿una Hermenéutica esclavizante o una Hermenéutica liberadora?

Por Miguel Ángel Ulloa Moscoso

Septiembre, para el mundo evangélico, es el mes de la Biblia, en conmemoración de la impresión de la primera Biblia en español, conocida como “La Biblia del Oso”. Esta recibe su nombre por tener, en su portada, la imagen de un oso tomando miel de un panal, en alusión a las expresiones del salmo. La tradición de la Reforma hablará del “sola Scriptura”, y muchos hemos interpretado que este principio ha llevado a una lectura e interpretación bíblica nacida desde la literalidad, sosteniendo discursos fundamentalistas que han permeado nuestros círculos eclesiales.

Teólogos y teólogas latinoamericanas, con una conciencia crítica frente a las hermenéuticas bíblicas tradicionales, han cuestionado durante las últimas décadas aquellas interpretaciones que han afectado a ciertos sectores de la iglesia y de la sociedad. Nos han instado a reflexionar si las hermenéuticas que circulan dentro de nuestras iglesias son liberadoras u opresoras y, aún más, a poner en tela de juicio aquellos discursos y textos bíblicos que, por siglos, han sido utilizados como herramientas de opresión. Esto ha impactado especialmente a mujeres, niños, diversidades, personas negras, pueblos originarios, entre otros, donde la interpretación literalista de la Biblia ha construido narrativas religiosas que subordinan a determinados grupos sociales.

Esto no es algo nuevo. En la época de Jesús también se vivía una sociedad segregadora, sostenida por un discurso religioso determinado que, bajo la aplicación literal de la ley, había construido un esquema social y religioso que segmentaba y discriminaba. Un punto clave, desde una hermenéutica evangélica, es considerar cómo Jesús dejó de poner la ley como el centro de lo religioso y centró su mensaje en las personas, especialmente en los rostros de las mujeres, los enfermos, los discriminados y quienes estaban en los márgenes de la sociedad y de la moralidad. Este elemento resulta ser central para una hermenéutica bíblica sensible al dolor humano y a la realidad concreta de las personas, lo que hoy podríamos definir como una “hermenéutica contextual”.

Surge entonces la necesidad de preguntarnos: ¿Qué sucede cuando no aplicamos esta mirada interpretativa?

Es ahí donde me gustaría compartir una experiencia vivida hace un mes en Ghana (África), directamente relacionada con este tema. En el contexto del Consejo del Concilio Metodista Mundial, nos llevaron a visitar el Castillo de Cape Coast, uno de los centros de venta de esclavos desde donde muchos fueron traídos a América.

Lo paradójico de todo esto es que, al recorrer el castillo y llegar al lugar donde estaban las celdas de los esclavos —quienes habitaban en condiciones inhumanas—, descubrimos que justo sobre ese lugar se encontraba una capilla. En ella, continuamente se predicaba sobre el amor de Dios y del prójimo.

Quisiera dejar esta imagen para la reflexión: un sistema esclavista que fue sostenido durante siglos a partir de la interpretación de la Biblia, liderado por quienes profesaban la fe cristiana. Desde la actualidad, podemos cuestionar la práctica ética de aquellos que adoraban a Dios mientras, a pocos metros bajo sus pies, se vivía el dolor y la aflicción de muchos.

Desde una mirada pastoral, podríamos preguntarnos: ¿Dónde estaba el verdadero culto a Dios? ¿En la capilla de quienes sostenían el sistema esclavista o en la celda que estaba bajo el templo? Si observamos las imágenes que nos entrega la Biblia sobre la postura de Dios ante el sufrimiento humano, al igual que en el desierto, Dios está del lado del sufrimiento de su pueblo. Probablemente, el verdadero culto estaba en medio del grito angustiante de los esclavos.

Hay hermenéuticas que esclavizan y otras que liberan. ¿Cuál será nuestra opción, mientras el Maestro de Nazaret insistentemente nos repite: “He venido a traer libertad a los cautivos” (Lc 4,18)?