Reformas y desformas: repensando la misión desde los desafíos de nuestro contexto

 por Elizabeth Salazar-Sanzana

Introducción
En las últimas décadas, una de las mayores contribuciones del cristianismo ha sido el reconocimiento de la misión de Dios (missio Dei) en su carácter multifacético y dinámico. Siguiendo a David Bosch (Misión en transformación), el paradigma misionero protestante, basado en Romanos 1,16, se distingue del patrístico (Juan 3,16) y del medieval (Lucas 14,23). En el caso pentecostal, Hechos 10,44-48 ofrece una base misionera centrada en la apertura y el testimonio inclusivo.
David Bosch subraya que la misión protestante se articula en torno a principios como la justificación por la fe, el sacerdocio universal y la Sola Scriptura, lo que supone una misión que no solo transforma la realidad, sino que está en constante transformación. Sin embargo, advierte del riesgo de encerrar la Missio Dei en reduccionismos dogmáticos, una crítica también planteada por Rubem Alves (Dogmatismo y Tolerancia) al denunciar las “jaulas doctrinales” que limitan la libertad del Evangelio.
En este horizonte, se plantea la necesidad de redescubrir la libertad del Evangelio, valor central de la Reformada, en diálogo con los actuales procesos globales de misión, que han evidenciado tanto avances como crisis de modelos únicos.

La misión en América Latina: una lectura necesaria 
La descolonización de la misión, así como en toda teología,  constituye una tarea teológica urgente. Las prácticas evangelizadoras en el continente han estado marcadas por el colonialismo y la imposición cultural sobre pueblos originarios y afrodescendientes. La teología latinoamericana —desde la Teología de la Liberación hasta la Teología de la Misión Integral y sus vertientes emergentes en nuestra teología latinoamericana (género, ecología, interculturalidad)— ha denunciado estas “desformas” históricas.
José Míguez Bonino (Rostros del protestantismo latinoamericano) advertía que el pueblo evangélico latinoamericano tenía múltiples rostros. Desde el protestantismo histórico, con su aporte a la educación, la libertad y los derechos humanos, hasta los movimientos pentecostales que irrumpieron desde los márgenes con un nuevo rostro celebrativo y comunitario. El panorama evangélico/eclesial refleja hoy una pluralidad, más allá de la presentada por Bonino, que exige discernimiento teológico y eclesiológico. Estamos en tiempos en que necesitamos ver la apología como una tarea urgente, pues se requiere reconocer y discernir “otros evangelios” (Gálatas 1,8).

Desafíos teológicos para la misión. Se hace necesario hacer  reflexión crítica sobre el impacto de las reformas protestantes y sus implicaciones históricas y las que mencionamos como «desformas» o distorsiones del proceso de la misión evangelizadora de los últimos siglos. Reflexiono brevemente algunos puntos, sin orden de importancia:

– Sacerdocio universal de los creyentes
La clericalización contemporánea de la misión contradice el principio reformado de la comunidad como sujeto misionero. Toda la comunidad es portadora de la missio Dei en discipulado de iguales, como nos aporta Elizabeth S. Fiorenza (En memoria de ella), sin jerarquías que limiten la acción del Espíritu. El Espíritu Santo sopla de donde quiere y como quiere. El lenguaje de “la misión mayor”, “misión de poder”, “misión del Espíritu”, “verdadera misión”, denotan la manera en que limitamos la misión de Dios. La misión para todos las y los creyentes es misión de Dios y por eso completa, perfecta (en su imperfección) y poderosa en amor y justicia.

– Misión trinitaria
Por siglos se entendió la misión solo en términos soteriológicos (salvar de la condenación eterna), o cultural (introducir a las personas del Oriente o del Sur a las bendiciones y privilegios del Occidente cristiano),  o lo que hasta hoy se presenta como objetivo: “ganar almas” para el crecimiento de las iglesias. La misión es de Dios y Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo (Ruaj). La comprensión trinitaria desplaza las visiones reducidas de la misión como proselitismo o salvación individual, orientándola hacia una comunión de amor que abraza toda la creación.

– Misión y espiritualidad
La espiritualidad es el impulso cotidiano que sostiene la misión y la respuesta amorosa al envío divino. Ser comunidades espirituales implica vivir una fe ética antes que estética: una espiritualidad encarnada, que testimonia en medio del sufrimiento, la injusticia y la esperanza. La Ruaj capacita para actuar con poder transformador en cada dimensión de la vida. Como señala Lutero, el Espíritu Santo “llama, ilumina, santifica y conserva en la verdadera fe”; y, según Walter Altmann, (Lutero y Libertação) es el Espíritu quien mantiene al creyente en la fe, no al revés. La misión abarca evangelización, discipulado, justicia, sanación, reconciliación y liberación.

– Gracia y reconciliación
La misión integral refleja el carácter gratuito de la gracia y su fuerza reconciliadora. En un contexto de odios y fundamentalismos, predicar la gracia implica también reconocer las desformas cometidas en nombre de Dios y aprender a pedir perdón. La gracia abre caminos de sanación, diálogo y esperanza, como el lema de John Mott “Convertir los escollos en peldaños en el camino”   y reaccionar a lo aprendido equivocadamente como misión de Dios y des- aprender lo que sea necesario bajo su gracia reconciliadora.

– Sola Scriptura
La Escritura es fundamento de identidad y libertad. Sin embargo, en América Latina ha sido usada para oprimir y discriminar. Frente a la mercantilización de la fe —“gracia barata”, según Bonhoeffer—, el principio Sola Scriptura llama a recuperar una lectura liberadora de la Palabra de Dios escrita. Elsa Tamez recuerda que muchos evangélicos ya no leen la Biblia críticamente: la misión exige volver a la Escritura como fuente de libertad.

– Misión y escatología
Siguiendo a Jürgen Moltmann, la escatología no se limita al fin de los tiempos, sino que es fuente de esperanza transformadora del presente. La misión es esperanza activa que lucha por la justicia y vive la tensión entre el “ya” y el “todavía no” del Reino. Esta esperanza tan bien planteada como esperanza-contra toda esperanza- sostiene la fe en el Dios que hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5) y nos impulsa a transformar lo “penúltimo” con ojos puestos en lo eterno. Como nos plantea Panotto, (Modernidad y Posmodernidad) con sensibilidad critica, necesitamos nuevas imágenes de esa esperanza del Reino.

– Interculturalidad e interreligiosidad
La reformas se presentó como una respuesta a una situación de injusticia, la justificación por la fe es respuesta a esa realidad de pecado y así lo entendemos hoy. La interculturalidad y la interreligiosidad constituyen hoy una respuesta teológica a la injusticia y al pecado estructural. La globalización desafía a mantener la identidad local en diálogo con la pluralidad cultural. La teología latinoamericana, frente a la realidad contextual,  ha incorporado perspectivas de género, pueblos originarios, afrodescendientes y ecología, ampliando la comprensión de la misión.
Matthias Preiswerk (Contrato intercultural) destaca que el prefijo inter implica relación, diferencia y posible conflicto; reconocer la otredad en equidad es condición para el diálogo auténtico. Los miedos a la diversidad han generado, en nuestras sociedades, inclusive posterior a Reforma del siglo XVI con la Reforma Radical, grandes discriminaciones e injusticias y deben ser reconocidas y asumidas. La misión se vive como convivencia solidaria, superando miedos a la diversidad. Por esto, la misión de Dios a la que hemos sido invitados e invitadas debe reportarnos  siempre  a Gálatas 3:28.

– Unidad
La unidad en Cristo no es uniformidad. La Iglesia, cuerpo de Cristo, está llamada a una conversión constante, “como barro en manos del alfarero”. Como nos recuerda Luiz Carlos Ramos (El pan y la Palabra), la misión en unidad se realiza en compañerismo, alrededor de la mesa común, en armonía con la creación, y agrego con seguridad: siempre en memoria del Resucitado. El “ecumenismo del Espíritu” manifiesta la comunión que supera las divisiones confesionales.

– Comunidad
La misión es comunitaria e integral: predicación, diaconía y vida fraterna deben tener igual peso. “La Iglesia solo es Iglesia cuando existe para los demás” (Bonhoeffer) y no es la que envía, sino, por misericordia, la enviada. La iglesia comunidad se preocupa de la inclusión de todos y todas, así los ancianos, niñez, adolescencia ocuparan su lugar de importancia. No será nadie invitado o invitada a participar, sino todos y todas serán parte de esta gestación de vida, ser Cuerpo de Cristo. Solo Cristo, solo gracia alrededor de la Escritura. Ser comunidad justa e inclusiva implica abrir espacios a mujeres, pueblos afro, originarios, niñez y personas con discapacidad. La misión “con compasión” (Roberto Zwetsch) se encarna en la solidaridad activa con los marginados.

– Frente a la Reforma y la formación teológica
Las reformas se desforman cuando falta formación. La educación teológica es esencial para discernir la misión contextualizada. Así como las Reformas impulsaron pensamiento crítico y cambios sociales, hoy la teología realizada en nuestro país debe acompañar la praxis misionera en discernimiento constante. La misión de Dios nos llama a corregir las desformaciones humanas y a caminar en amor y justicia. La educación teológica es esencial para la tarea de la misión contextualizada.

 Algunas conclusiones
Más allá de las reformas y sus desformas, nuestras iglesias y nuestro propio quehacer teológico está desafiada a redescubrir la missio Dei, como participación libre y comunitaria, en la vida en abundancia que su Evangelio nos enseñó. Misión, espiritualidad, gracia y esperanza convergen en el llamado a ser Iglesia reformada, renovada en el Espíritu y , como recordamos siempre, reformándose, recreándose continuamente.  Una Iglesia del Espíritu, inclusiva, reconciliadora y en camino, siempre en camino, con quien es CAMINO, con el desafío de ser luz y estar en constante discernimiento para no perder el rumbo.

Octubre, 2025