La educación teológica: Prof. Jaime Alarcón

La Educación Teológica y los desafíos de la crisis del Ecumenismo dentro del escenario protestante chileno – Diálogo C.M.I. – CTE de Chile, 28 de Agosto del 2015.

Deseo trazar algunas líneas de reflexión en torno a la Educación Teológica frente a los desafíos del ecumenismo, desde el contexto del mundo Evangélico/Protestante chileno. Y realizo esto, a partir de mi experiencia como docente, en esta casa de estudios teológicos con medio siglo de experiencia. Mi objetivo, no es entrar en abstracciones y teorías, sino partir desde un análisis coyuntural que arranca de la vida cotidiana. No pretendo dar respuestas, sino el buscar nuevos paradigmas para la Educación Teológica levantando algunas preguntas a una preocupación que a todos nos convoca como comunidades de fe y como instituciones eclesiales con vocación ecuménica: ¿Cómo afecta al mundo protestante chileno la crisis del ecumenismo?, y ¿Cómo afecta a la educación teológica dicha crisis?
Me propongo abordar brevemente tres puntos que están presentes y afectan nuestra vida cotidiana: 1.- Un diálogo ecuménico que surge desde nuestras limitaciones personales; 2.- La Educación Teológica desde un contexto de Libre Mercado y de conservadurismos y; 3.- La Educación Teológica articuladora de un diálogo sobre verdades de fe particulares.

1.- Un diálogo ecuménico que surge desde nuestras limitaciones personales.
Partimos reflexionando desde una época postmoderna, y ésta nos confronta con un resurgimiento o retorno de lo sagrado, aunque este resurgimiento no significa, necesariamente, una revitalización del cristianismo. El hombre/mujer posmoderno urbano reconoce la importancia de la religión para su ser, pero no desea ser parte de una religión institucionalizada . Hoy día, la religión no ha desaparecido de la sociedad secularizada, ella se encuentra diluida y transformada,  presente en todos los aspectos de la cultura, difundida por los Medios de Comunicación de Masas e incluso en la Economía. Sin embargo, al estar ésta contenida y diluida en medio de las diversas expresiones culturales de la sociedad posmoderna , ella no cumple su función de ‘religar’ al ser humano y de darle esperanza. Tal parece que el sin sentido de la vida se apodera de las personas.
Reconocemos que la posmodernidad ha hecho resurgir el sentimiento religioso, pero se trata de una espiritualidad con características altamente subjetivas e individualistas, que alejan a las personas de sus demandas por mejorar los problemas colectivos que afectan directamente a su vida cotidiana.  Asumimos el desafío de reflexionar a partir de un contexto latinoamericano colonizado  y subdesarrollado, realidad que nos obliga a considerar la posmodernidad en una forma más mesurada, no concibiéndola como una etapa que deja de lado los presupuestos e ideales emancipadores propios de la modernidad; sino como una continuidad más crítica de los límites y debilidades del pensamiento moderno.
Si asumimos que el diálogo ecuménico es eso un “diálogo”, un encuentro entre seres humanos finitos e imperfectos, que desde su perspectiva de fe buscan mejorar su condición humana a través de la comunicación. En ese respeto por la alteridad nos descubrimos dueños de una verdad parcial que reclama y necesita ser complementada y enriquecida por la mirada del otro y otra. Pero para ver al otro/otra es necesario despojarme de las seguridades que mi cosmovisión me otorga, para reconocerme dependiente de: Dios, de mi prójimo y de la naturaleza.  Dentro del ámbito cristiano leemos la Biblia concibiéndola como la Palaba de Dios que libera a todo ser humano, pero radicalizamos e ideologizamos nuestras lecturas e interpretaciones particulares; olvidándonos que al imponer nuestra visión nuestra lectura particular ya deja de ser liberadora. Y así dejamos de crecer en la gracia. Carlos Mesters nos recuerda la necesidad de complementarnos en nuestras miradas de fe, los unos con los otros/as.
“Infelizmente, muchas veces, en la práctica pastoral, estos dos aspectos de la Palabra están separados. De un lado, los movimientos carismáticos, de otro lado, los movimientos de liberación. Los carismáticos tienen mucha oración, pero muchas veces carecen de visión crítica y tienden a una interpretación fundamentalista, moralizante e individualista de la Biblia. Por eso, su oración, muchas veces, carece de fundamento real en el texto y en la realidad. Los movimientos de liberación, a su vez, tienen mucha conciencia crítica, pero, muchas veces, carecen de perseverancia y de fe, cuando se trata de enfrentar situaciones humanas y relaciones entre personas que, dentro del análisis científico de la realidad, en nada contribuyen a la transformación de la sociedad. A veces, ellos tienen una cierta dificultad para ver la utilidad de largas horas gastadas en la oración sin resultados inmediatos.”
Por lo tanto, el primer desafío que nos presenta la postmodernidad para la educación teológica es el socializar una teología que libere a los cristianos/as evangélicos/as latinoamericanos del clásico discurso ‘colonizador’, tan arraigado en muchas teologías tradicionales. Discurso que funciona ‘cosificando’ al otro/otra, con el propósito de etiquetarlo, manipularlo y oprimirlo . Lamentablemente, esta realidad teológica está presente en una abrumadora mayoría de las iglesias chilenas.
También es urgente el integrar el paradigma de las limitaciones de la razón y de las interpretaciones teológicas, asumiendo que somos dependientes los unos de los otros, y que vivimos en un mundo pluralista en donde todos y todas necesitan ser mirados con respeto.

2.- La Educación Teológica desde un contexto de Libre Mercado y de conservadurismos.
Vivimos en un mundo globalizado con un sistema económico globalizado, asumiendo ideológicamente que es el Mercado el capaz de satisfacer todas las necesidades del ser humano. Y así le damos al “mercado” un carácter absoluto y lo convertimos en una especie de ‘ídolo’ todo poderoso que abre sus bondades a todos/as aquellos que puedan consumir bienes circulantes en el mercado. La crítica de Arend Th. Van Leeuwen  a la teología burguesa es que gran parte de la teología aún no logra desembarazarse del ‘culto al hombre abstracto’, denunciado por Marx como el hilo de vinculación más propicio para la integración ideológica del cristianismo en el pensamiento burgués. Hugo Assmann reconoce esta falencia de la siguiente manera: “Por eso, precisamente, la teología se encuentra tan impotente, al margen de nuestra sociedad burguesa. Le falta un instrumental para el análisis económico. Por eso también continúa atorada en moralismos sin valides y en abstractas categorías éticas” .  Las perversas infinitudes (del capital, del mercado, etc.) no pasan de utopías invertidas y encarcelamiento de la esperanza en lo ya-dado. Trabajan con modelos de aprehensión de la realidad, donde lo que es histórico es rebajado nuevamente a lo ‘natural’, con leyes que no se pueden quebrantar. Esta ‘naturalización’ de la historia, disimulada en una cientificidad no-valorativa y neutra, opera de hecho con valores absolutos que se presuponen como ya aprisionados en lo real. Los valores absolutos no pasan de una absolutización banal de valores concretos que corresponden a intereses concretos.  La cuestión se presenta como una inevitable confrontación entre mundos de valores discrepantes o francamente antagónicos. En cada uno de ellos se dan operaciones teológicas. Se trata de teologías en conflicto, de una lucha de dioses.
La vuelta a la democracia en Chile se realizó tras un conservadurismo económico neoliberal oculto tras el anhelo de un pueblo oprimido que sólo tenía la esperanza puesta en una democracia que le asegurara elegir su destino en forma libre. Todos los anhelos de justicia por la violación de los DD.HH. y de igualdad de oportunidades se postergaron, tras la máscara de una transición política que nunca terminó. Hoy día, después de 25 años de “democracia” podemos constatar una profunda desigualdad económica, tras la aplicación por la fuerza de las armas de un sistema económico capitalista neoliberal, sistema que tiene a muchos políticos prácticamente arrodillados a los intereses económicos del sistema.   La dictadura militar realizó un profundo cambio del mapa de la riqueza en Chile, y privilegió a un grupo de tecnócratas que introdujeron un modelo Capitalista neoliberal sin regulación del Estado,  que produjo una profunda desigualdad social entre ricos y pobres. Y la democracia ha mantenido este orden social gracias al uso de la ideología que ha permitido ocultar la condición de clases privilegiadas y oprimidas en Chile.
Después del atentado a las ‘torres Gemelas’ en los Estados Unidos, los conservadurismos y fundamentalismos se fortalecieron en toda la América continental (norte, centro y sur)  . Y este resurgimiento conservador ha encontrado un rápido eco en muchos movimientos evangélicos de nuestro país, los que acentuaron su tradicional posición conservadora ideologizada, los que tratan de imponer su visión valórica sobre el resto de la sociedad.
Debemos tener presente que la realidad del fundamentalismo no existe solo en las iglesias cristianas sino también en otras religiones: judaísmo, islamismo, budismo; incluso existe un fundamentalismo secularizado tanto en la política como en la  visión del modelo económico neoliberal. Según Carlos Mesters el fundamentalismo es peligroso para los anhelos libertarios de una sociedad.
“El fundamentalismo es un peligro. El separa el texto del resto de la vida y de la historia del pueblo y lo absolutiza como la única manifestación de la Palabra de Dios. La vida, la historia del pueblo, la comunidad ya no tendría nada que decir sobre Dios y su Voluntad. El fundamentalismo anula la acción de la Palabra de Dios en la vida. Es la ausencia total de conciencia crítica. El distorsiona el sentido de la Biblia y alimenta el moralismo, el individualismo y el espiritualismo en la interpretación. Es una visión alienada que agrada a los opresores del pueblo, pues ella impide que los oprimidos tomen conciencia de la iniquidad del sistema montado y sostenido por los poderosos”
Desde América Latina y especialmente en Chile, vivimos en un contexto evangélico de “Iglesias Protestantes sin reforma” , en donde el protestantismo debe hacerse espacio en medio de grupos religiosos conservadores algunos de ellos seudo-evangélicos, que no tienen ningún respeto por la alteridad de nadie. Muchos de estos líderes desconocen y no les preocupa conocer, ni respetar los valores distintivos de la reforma; concibiendo sus comunidades de fe como una especie de pequeñas empresas privadas que les permiten vivir de la fe; produciendo comunidades sumisas y dependientes de la voluntad de sus líderes que en nada contribuyen al ejercicio de una práctica democrática. Y todo esto ocurre bajo el amparo de una “Ley de Cultos” permisiva, sin un reglamento interno que aseguren los valores protestantes, permitiendo la existencia de grupos seudo-evangélicos que lejos de aportar al diálogo ecuménico, dificultad la convivencia social.
Vivimos el cristianismo en medio de un mundo de ‘perplejidades’ y para salir de esta crisis necesitamos volver a nuestros orígenes, a las raíces originales. Tan sólo revisando el pasado y releyendo crítica, profética y amorosamente el proceso que nos ha conducido hasta nuestro presente, lograremos fortalecernos y rearticularnos en medio de un mundo religioso pluralista que busca nuevos paradigmas para interpretar la realidad y dar sentido a la vida. Tal como lo enuncia Justo González, ni los fundamentalistas ni los progresistas aportan luces con sus respuestas a la perplejidad en que vive el cristianismo en el presente siglo .
Y esta perplejidad se refleja en el accionar de muchas Iglesias Protestantes/Evangélicas chilenas, las que se esfuerzan por vivir dentro de los valores distintivos del protestantismo, tal parece que les avergüenza la crisis de la religión, que todos y todas vivimos en el siglo XXI. Y queriendo fortalecerse viven un proceso de ‘enclaustramiento’ que les hace abandonar los escenarios de diálogo ecuménico que antes les eran propios. Y muchas de ellas creen encontrar la respuesta a la perplejidad, atrincherándose en posiciones doctrinales conservadoras, e incluso fundamentalistas, intentando salvar la institucionalidad de sus congregaciones, en desmedro y descuido de la vivencia comunitaria de su fe, de la denuncia profética y del fortalecimiento de la democracia.  Tal parece que se vive en medio de una esquizofrenia social, pues Iglesias que hace algunas décadas atrás se confesaban abiertamente como ecuménicas, hoy día prácticamente se avergüenzan de serlo, desconociendo su vocación y tradición evangélica.
Nuestra experiencia como casa estudios teológicos, ha sido constatar que la oferta de un curriculum con énfasis progresistas no resulta atractivo para la mayoría de las iglesias evangélicas chilenas. Enseñar una teología protestante pluralista y contextual, en diálogo con las  ciencias sociales y interreligiosas, que incluya como objetivo transversal la ‘equidad de género’, la ‘eco-teología’ y el fortalecimiento de la democracia no resulta atractivo para un gran sector evangélico. Muchos prefieren una educación conservadora, la que no hace más que reforzar lo que ya la misma iglesia ideologizada enseña, un individualismo que sólo está preocupado de su propia sobrevivencia institucional, lo que les permite a muchos líderes acomodarse al sistema consumista. Y muchas de estas Iglesias que, hoy día, tienen un protagonismo frente a las autoridades políticas de turno, están obsesionadas con el poder y beneficios que el control religioso y manipulación religiosa les otorga.
Lo curioso es que una abrumadora mayoría de las iglesias evangélicas han renunciado y abandonado la denuncia profética de un sistema capitalista de libre mercado que reduce a una gran mayoría de los cuidadanos chilenos a una vida de esclavitud moderna, fruto del sobre endeudamiento con las casas comerciales que cobran intereses abusivos. Pero por otro lado, las voces de denuncia y condena pública, por parte de los evangélicos, se suman para rechazar temas valóricos que buscan actualizar a la sociedad chilena a la vida social en tolerancia con las minorías de todo tipo. Observamos que nuestro curriculum de Educación Teológica debe integrar una profunda preocupación y tarea por enseñar a los y las estudiantes elementos que les permitan conocer cómo funciona el sistema financiero y de mercado y formar una ‘pastoral para los endeudados’ que esté al servicio de las iglesias.
En el ámbito de la educación teológica en Chile, tal parece que todavía vivimos bajo los efectos de la contra reforma del siglo XIX, pues la presencia protestante-evangélica ya se acerca a los 150 años de existencia, y todavía la Educación Teológica no tiene un reconocimiento ni valoración por parte del Estado. El protestantismo llegó a nuestro país avalado y amparado bajo los grupos progresistas y liberales, y la educación protestante era una alternativa progresista que tenía como objetivo aportar al desarrollo democrático del país. Este proyecto protestante fue bloqueado y abortado por los grupos conservadores de nuestro país, y el pensamiento progresista prácticamente fue absorbido por las tendencias conservadoras. Las preocupaciones y prioridades de las Iglesias han sido otras, los intereses de los líderes evangélicos han sido otros ajenos a la formación teológica. Quedando así trunco el proceso de difusión de la “Palabra de Dios”: exégesis/hermenéutica, proclamación y formación; empobreciéndose así la formación integral de todos y todas los cristianos y cristianas evangélicos de nuestro país.

3) La Educación Teológica articuladora de un diálogo sobre verdades de fe particulares.
El quehacer teológico, en medio de un mundo globalizado, nos demanda salir del clásico paradigma de las “verdades de fe universales”, para aprender a dialogar dentro de la concepción de fe de ‘verdades de fe particulares’ y transitorias. Las Iglesias a las cuales servimos y educamos teológicamente, deberán acostumbrarse y aprender a concebirse como ‘Comunidades particulares de fe’ que se asumen frente al ‘otro’ de una manera más intencional como «pueblos del Libro» . La teología del siglo XXI nos reclama un quehacer dentro de un ambiente de un pluralismo religioso y cultural que hará afirmaciones confesionales y contextuales complejas. No puede haber, en este contexto, escenarios miopes de la Teología que nieguen el reconocimiento del «otro» que está presente, tanto en el texto bíblico como en su contexto cultural.
Es necesario, como dice Walther Brueggemann, que la teología del siglo XXI, se identifique como un «pueblo del Libro» sin pretensiones universalistas, conscientes de los otros «pueblos» del libro. Así la teología cristiana se realizará en un diálogo fraternal entre diferentes congregaciones, diferentes religiones, y cada una aportando su perspectiva particular de la verdad religiosa a una gran verdad total, que sólo puede lograrse en ese diálogo universal de todos/as y con todos/as.
Necesitamos una Educación Teológica que valore y potencie la vivencia de la fe en medio de lo comunitario, como comunidades teologales . Es lo comunitario lo que da existencia a lo institucional, y no al revés. Por lo tanto, si las iglesias desean fortalecerse en lo institucional, deberán entonces fortalecer lo ‘comunitario’, luchando con el pastor-centrismo, que es otra variante del conservadurismo eclesiástico.